Camino pensando en la primavera de las cosas, extraños pétalos de vida que intento meditar, intento intercambiar, intento botar, intento besar, rebanar, repartir, crear, soñar, morir.
Sin pensarlo dos veces trato de seguir por el mismo lugar, mirando cerros, montañas con nieve y uno que otro niño jugando con el típico perro de mierda. La gente con esa no distinta forma de ver las cosas, esa manera tan molesta de vivir el día a día, esa vida de la conchesumadre de querer más y más, ¿y que me queda para mí?
Y sigo dándome cuenta que al pasar el tiempo, las hojas en el suelo se hacen más abundantes y el hambre sentimental también. Si caminar por Lastarria no es lo mismo que caminar en el Paseo Ahumada. Porque cuando hablamos de Lastarria nos imaginamos “pinches” artistas, con alma de nada, con mucha plata. Drogados al máximo, pero no sé quien dijo un día, que el artista que se droga para hacer arte no es artista. Puta que tenía razón, yo me drogo, pero no para crear arte, sino que para creerme arte.
Si tendemos hablar tantas huebadas vacías, música vacía, vítores lacios, todo es vació en un mundo repleto… de vacío, y que a la vez se va marchitando, claro está.
Hablamos de corazón y no tenemos idea a que nos referimos, soñamos con poesía andante y no leemos más que nuestras propias líneas, y yo sigo andando por los mismos lugares, los mismos libros, las mismas realidades.
En eso veo algo distinto, un mendigo pidiendo respuesta, una puta solicitando una almohada para descansar y un cura pidiendo piedad. Dios lo sabe bien, que el mundo está lleno de gestos bizarros, como todo.
Pateo una piedra que rompe la ventisca que me molesta, esa que no me deja avanzar a un lugar nuevo que quiero conocer. Me quedo pegado en un cuadro, ese que con mis manos cansadas pinté una vez, ahora ese mismo cuadro desteñido se ríe de mí. ¿Porqué mierda yo no puedo reírme también?
Es el color tranquilo e irónico que no me puede dar una respuesta, son veinte años donde encuentro respuestas parches que me hacen feliz, pero luego me doy cuenta que son destellos que son susurros baratos vendidos al mejor postor, o sea, yo.