lunes, 11 de agosto de 2008

feliz 27 mi amor ...

¿Te cuento una historia? … me da lo mismo si no la quieres escuchar, la escribiré.


Tendrás que leer.


Había una vez un niño, que no creía en un mundo de rosas. Descontento de la vida y que no tenía respuesta a nada. Su familia le daba la espalda, sus amigos se tomaban sus tragos y el amor jamás nunca había llegado a su lado.

Un día cualquiera, Frank viajó a un lugar desconocido, donde el cielo era el reflejo más puro del mar y las rocas adornaban el ambiente, solo para el. En eso, llegó una mujer. No era para nada bonita, de hecho no era de su gusto, pero al verla, se enamoró. Se dio cuenta que el mundo quizás no era tan malo y que la vida también tenía un chiste que contar.

Pasaron tres meses exactos, donde Frank siempre viajó a este lugar. En principio la buscaba, la encontraba y ella se olvidaba. Tiempo más tarde Martina, la niña de ojos de luna, se le acercó, lo besó y creo que también se enamoró, solo creo ...

Los minutos corrían y se transformaban en días, estos a su vez eran meses. El cielo cada vez tenía más pájaros, porque los peces se multiplicaban para verlos pasar por las rocas. Ahora las flores abrían paso a una mujer y a un hombre que no confiaron más que en ellos mismos. El pasto cercaba el amor y las nubes tocaban sonatas perfectas.

Calló la noche como todos los días. Frank se acerca al mismo mirador que cuando solo solía. Ella lo toma de la mano con fuerza y le pregunta que ocurre. El, deja caer una lágrima y con eso responde. Martina no quería llorar pero tenía que hacerlo y el tan solo soñaba con el último beso. Esa noche, se acostaron, hicieron el amor y durmieron en los brazos de Morfeo.

Sí, tuvo miedo y ella no. Segura de que el tiempo le daría la razón y que un viaje al mejor postor no cambiaría en nada la relación. Martina lo besó en el último intento y el con un te amo se despidió allí sentado.

Tardó un mes en que el cielo se pintara de gris y las rosas en desaparecer. Ya no era temporada de flores y el pasto seco se escondía de aquellas rocas peligrosas, las que se derrumbaron al no tener un pez a su lado. El mirador amado era el templo soñado, donde el hombre enamorado se colgó desde un tejado. El tejado, un amor. Le prometió amor eterno y le enseño el dolor en el infierno.






Tú eras quien me pedía no sufrir, ahora soy yo quien espera que llegues con flores para mi …







Por siempre, Frank

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